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Así es, el Señor venció a Israel
    como lo hace un enemigo.
Destruyó sus palacios
    y demolió sus fortalezas.
Causó dolor y llanto interminable
    sobre la bella Jerusalén.

Derribó su templo
    como si fuera apenas una choza en el jardín.
El Señor ha borrado todo recuerdo
    de los festivales sagrados y los días de descanso.
Ante su ira feroz,
    reyes y sacerdotes caen juntos.

El Señor rechazó su propio altar;
    desprecia su propio santuario.
Entregó los palacios de Jerusalén
    a sus enemigos.
Ellos gritan en el templo del Señor
    como si fuera un día de celebración.

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